¿Recuerdas el sonido de las conversaciones en la plaza del pueblo al anochecer? ¿El olor a tierra caliente después de regar las macetas? ¿Las interminables partidas de cartas en la sombra de un porche? Para quienes vivimos los veranos de los 80 y los 90, el tiempo parecía estirarse como un chicle. No había prisa, ni pantallas, ni agendas sobrecargadas. Solo el ritmo lento de los días que se fundían unos con otros.
No existía el “me aburro” porque el aburrimiento era el motor de la creatividad. Íbamos en bici a ningún sitio, inventábamos juegos con una piedra y un palo, y volvíamos a casa con las rodillas llenas de heridas y una sonrisa de polvo y helado. La merienda era pan con chocolate, y el mayor lujo era que te dieran unas monedas para el recreativo del bar.
Las familias se expandían. Los abuelos eran los pilares: nos enseñaban a atar las tomateras, a pescar gambas en el río o a jugar al mus sin hacer trampas. Los primos se convertían en cómplices, y los vecinos, en familia de paso. No hacía falta quedar por WhatsApp; bastaba con asomarse a la ventana y silbar.

Ahora todo es diferente… ¿o no?
Hoy los veranos tienen wifi, reservas online y maletas llenas de dispositivos. Pero sigue habiendo quien prefiere el sabor de un tomate recién cogido, el silencio de una siesta bajo el ventilador o la complicidad de una conversación que no cabe en un mensaje de voz.
Porque al final, el verano no era un lugar ni una época: era una forma de vivir. Descalzos, conectados a la tierra y a las personas. Sin filtros, sin likes, sin prisa.
En SOMOS 50 creemos que esa esencia perdura. Por eso volvemos en septiembre con talleres y actividades para seguir disfrutando de lo importante: aprender, compartir y vivir con la calma que nos merecemos.
Mientras tanto… ¿qué verano te gustaría revivir este año?